Ay! cuánta nostalgia sentarme a escribir. Esta vez no estoy envuelta en una cobija de lana tomando té chai, no huelo a curry ni estoy en mi cuarto del ashram lleno de polvo. Esta vez estoy con ropa limpia, en mi casa iluminada y sentada cómodamente frente a mi compu.
6 meses han pasado desde que regresé de la India, parece que han pasado 6 años, pero también parece como si fuera ayer que estaba sentada frente al Ganges buscando un poco de inspiración, y también un poco de Internet, para subir algo nuevo a mi blog.
Para ser sincera, antes de haber hecho este viaje, siempre pensé que lo más difícil sería llegar sola al aeropuerto, también fantaseé un poco con sufrir con los olores, las incomodidades, la comida o las retadoras posturas de yoga. Tuve pesadillas imaginándome perdida en las calles sucias de Delhi, llené mi maleta de miles de artículos de supervivencia que leí en blogs, que me recomendaron y que se me ocurrieron, buscando ir lo mejor preparada para sobrevivir a la peligrosísima aventura. Nunca imaginé que encontraría en Akram a un guadespaldas y amigo, que las calles no olían peor que una alcantarilla del D.F en época de lluvias, tampoco creí que un elefante pudiera darme tanta paz con tan solo mirarlo y abrazarlo. No sabía que el miedo era una manera de mantenerme más alerta y que me permitiría abrir los ojos para estar más consciente de todo lo que pasaba a mi alrededor y disfrutarlo intensamente. Y mucho menos imaginé que las desmañanadas, las meditaciones largas e intensas, las largas horas de estudio y las posturas retadoras, me prepararían para ser una mujer segura, libre y profundamente consciente. Si miro hacia atrás, no recuerdo ningún momento de peligro, ninguna situación realmente incómoda, hasta la tristeza, soledad y nostalgia que llegué a sentir, las recuerdo como algo positivo. La suciedad, la pobreza y el desorden, los recuerdo como algo bello que sigue llenando mi corazón de inspiración y fe.
Me fui muy preparada para ir a la India, pero nadie me preparó para lo más difícil de esta aventura: regresar.
Regresar ha sido de las cosas más difíciles que he tenido que superar en la vida, nunca había estado tan lejos de lo “mío” por tanto tiempo y tampoco había estado tan cerca de mi por tanto tiempo. Ese viaje sacudió mi cabeza, cuerpo y mente de una manera que nunca antes había experimentado. Movió mis ideas, disolvió creencias y arrancó patrones. Tanta meditación, yoga, trabajo interno voló mi cabeza, y el haber estado sola, en libertad total, rodeada de gente que no tenía un plan de vida, me confundió hasta los huesos.
Regresé a una casa, a la estructura social mexicana que sabemos cómo es, a la institución del matrimonio, al coche, al tráfico, a los pendientes, al súper no-orgánico, a los empaques, al plástico, a las noticias y a la presión social. Llegué a un clóset lleno de ropa y zapatos, cuando yo solo quería usar unos jeans, una playera blanca y una pashmina, no quería nada más. Tampoco quería dinero, ni salir a cenar a un restaurante hipster de la colonia Roma. Extrañaba tanto la libertad que se sentía en el aire de Rishikesh, la alegría de toda la gente que vestía con ropa sencilla, extrañaba tanto el no tener que maquillarme para “verme bien” ni el tener que salir a enfiestar para sentirme en éxtasis. Extrañaba tanto todo, que pensé que nunca podría adaptarme otra vez a mi antigua vida.
Regresar significó una confrontación, una lección de desprendimiento y un reto hacia algo que hasta la fecha me sigue costando: aceptar y fluir.
Tuve que trabajar mucho, apliqué todas y cada una de las técnicas de mis maestros de la India, me sentía perdida, sentía que mi aventura había terminado y que una vez más terminaría fundida con la cotidianeidad de la vida “normal”.
Después de mucho, que no alcanzaré a contar ahora, entendí que aquí y ahora es mi aventura, México es y sigue siendo parte de mi aventura. No necesito meditar frente al Ganges para conectarme, puedo cerrar los ojos en cualquier lugar y lograrlo, no necesito abrazar a un elefante para encontrar paz, no solo soy libre en la “libertad” sino también puedo serlo dentro de reglas sociales y contagiar e inspirar a los demás.
Por eso regreso a escribir este blog, para compartir todo lo que aprendí en la India y para enseñarles cómo aplicarlo en la vida cotidiana. Porque es muy fácil meditar en un espacio sagrado frente a Budas, Shivas y Ríos Sagrados, con inciensos y velas, pero no lo es tanto frente a un jefe que grita en la oficina, es retador encontrar paz cuando tenemos mil pendientes en el trabajo, cuando hay tráfico o cuando sentimos que todo está en nuestra contra.
Empecemos a crear espacios sagrados en lugares desesperanzadores, aventuras en cualquier rutina y experiencias maravillosas en la cotidianeidad.