Estoy en el hotel “Bloomrooms” de Delhi, aquel que me recibió hace 39 días y fue testigo de mi primer contacto con este país. Me gustaría que este lugar hablara y me dijera si me ve diferente. Aunque pensándolo bien, no tiene que decirme nada porque yo ya se la respuesta.
Ayer, después de un mes, Erandi, Yamile y yo, dejamos el ashram en Rishikesh. La noche anterior tuvimos la ceremonia de clausura. Los 60 alumnos nos pusimos con orgullo atuendos típicos, algunos optaron por usar Saris, otros patialas y algunos hasta taparrabos y joyería exótica. El chiste es que aquello era un festival de colores, las caras de todos eran de satisfacción y orgullo, los retos en la escuela fueron fuertes y los que ahí estábamos los habíamos superado y estábamos experimentando el empezar a vivir una vida diferente. Nos abrazamos, tomamos fotos y cantamos mantras mientras todo eso pasaba, juntos y felices, como familia.
Swami Ji nos esperaba a la orilla del río con ofrendas para el Ganges, platitos hechos con hojas de árbol, adentro tenían flores de colores, un tipo de dulce que se prende con fuego, semillitas y creo que ya. Cada quien tomó una con ambas manos a la altura del corazón, hicimos una gran fila junto al río y así, maestros y alumnos, dejamos ir en el río nuestra ofrenda a la “Madre Ganges” pedimos deseos, agradecimos y cerramos los ojos intentando guardar ese momento para la eternidad. Los maestros cantaron mantras y oraciones y en la ceremonia de fuego eso ya no era solo una ceremonia del fin de un curso, sino un espacio mágico en donde el río y el fuego se llevaron lo que cada uno había ido a dejar a la India.
Con esta tranformación subimos las escaleras de vuelta al ashram y recibimos nuestros diplomas.
Así es que ya soy una maestra de Hatha y Ashtanga Yoga.
Con mi diploma en mano, me despedí de mi gran amigo y vecino Jonathan de México , la loca de Margit de Estocolmo que llenó mis días de risas y grandes lecciones. Le di un fuerte abrazo a Irene de Hong Kong, a Kate de Australia, a Ellie de Estados Unidos, lloré un poco con Pame de Chile, me despedí de Raj de Malasia, recibí palabras lindas de Ranjot de India, y le dije hasta pronto a Cecilia de Sud África, a Andrew de Estados Unidos, a Rosie y Carla de Italia y a todos los que me acompañaron tan amorosamente durante este mes. Las despedidas son fuertes, marcan el corazón pero abren ilusiones hacia reencuentros y nuevas historias.
Así que viajamos las 3 mexicanas a lo que tanto nos hacía ilusión: El Taj Mahal.
Yo sueño con estar ahí desde que en primaria tuve que exponer sobre algun maravilla del mundo y sin pensarlo elegí el Taj Mahal, creo que desde ese día me hizo el llamado la vida y hoy acudí a él.
No puedo explicar lo que fue estar ahí, entre un bruma especial palpitaba con energía el inmenso mausoleo, la tumba del amor, la estrella de la India, la corona, el impactante Taj Mahal.
Es blanco, si, tal como se ve en la fotos, mármol puro. Tardaron en construirlo 22 años y se nota. Con incrustaciones de piedras preciosas y figuras talladas a mano, aquello es una joya entera, la puedes tocar y sentir, parece que habla y dan ganas de hablarle. Yo lo admiré por minutos sin parpadear y al final le grité: “Gracias Taj Mahal, te amo” la gente me vió raro, pero el Taj Mahal me sonrió.
Y así, un lunes cualquiera cumplí uno de mis sueños más grandes, fácil? no, la verdad no fue tan fácil, pero eso si, muy satisfactorio e inolvidable.
Nos despedimos de Erandi, tomó un tren a Jaipur y Yamile y yo viajamos a Delhi donde nos esperaba de sorpresa mi gran amigo Akram, un reencuentro que no esperaba y que cerró el círculo de mi viaje de manera especial.
Hoy es mi última noche aquí y aún no quiero despedirme, no siento estar lista, dejar ir es algo que empiezo a practicar pero que me cuesta, sobretodo si es algo que me ha dado tanto.
Me queda un día completo así es que los veo por aquí mañana cuando llegue la hora de “la despedida”
Bendiciones para todos!