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Cuando el dolor llega y no hay nada que hacer.

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Hace poco más de un año empecé a escribir este blog. Estaba por irme a la India, sabía que sería una experiencia llena de aprendizaje y quería guardar y compartir todo lo que pasara. Me fui a ese viaje buscando encontrar algún tipo de experiencia que cambiara mi vida para siempre y que me transformara completamente. Sin subestimar lo que pasé y aprendí ahí, hoy me doy cuenta que las verdaderas experiencias transformadoras no son aquellas que buscas, sino aquellas que llegan de sorpresa.

Hace 2 semanas recibí la llamada de mi mamá en la madrugada con voz temblorosa y agitada para decirme que mi papá se sentía muy mal, en ese momento mi boca se secó, sentí la sangre en el piso y un enorme hueco en el estómago, mi papá siempre ha sido mi pilar y mi sostén y sentí como si alguien quisiera jalarme el tapete en el que estaba parada y estuviera a punto de caer. Inmediatamente llamé a una ambulancia, agarré lo primero que encontré en el clóset para ponerme, me subí al coche y dejé que David mi esposo manejara hasta casa de mis papás. Seguramente por la hora hicimos menos de 20 minutos, pero yo sentí que fueron días.

Llegamos poco antes que la ambulancia, no me atreví a entrar al cuarto donde él estaba, tenía miedo de verlo mal, él siempre ha sido un hombre alegre, fuerte, bromista y positivo, verlo mal iba a mover todo mi mundo. Llegó la ambulancia, lo sentaron en una silla para bajarlo por la escaleras, ahí tuve que verlo, pasó por enfrente de mi cargado por los paramédicos y aunque tenía una cara de mucho dolor y malestar, levantó la mano para saludarme y sonreirme.

La espera en la sala de urgencias la recordaré siempre como uno de los peores momentos que he vivido, cada que salían los médicos eran más malas noticias; “está muy grave”, “tiene un derrame masivo en el cerebro”, “no responde”, “tendremos que intervenirlo en la cama de urgencias para sacar el líquido”, “no alcanza a llegar al quirófano”, y así incontables estocadas a mi corazón.

Desde ese día, desde hace 2 semanas, mi mundo se detuvo, mis prioridades y preocupaciones cambiaron y mi “control” sobre las cosas desapareció. Así que primera lección: “NADA está sobre mi control” o por lo menos no lo más preciado que tenemos que es la salud y la vida nuestra y de los que amamos.

Después de estar en urgencias, pasaron a mi papá a Terapia Intensiva, el doctor que lo atendió nos dijo que literal, estuvo a segundos de perder la vida, que seguía muy grave y que solo quedaba esperar. Dormimos en la sala de urgencias mi mamá, David y yo, acurrucados por el frío en un sillón, con el corazón alerta a cada que salían llamando a los familiares de algún paciente.

En la sala de espera de Terapia Intensiva, estuve sentada por horas con un dolor en el pecho espantoso, un hueco en el estómago, manos frías y sudorosas y un nudo en la garganta. Tenía una expresión de preocupación y dolor  que empecé a ver justo igual que yo en las caras de los demás que estaban sentados en esa sala. ¡Claro! yo no era la única que sentía ese dolor, había más gente sufriendo como yo y mi familia, y ahí fue cuando recordé sobre una práctica que hacen los budistas que se llama “tonglen”. Se trata de inhalar el dolor, sufrimiento, frustración que estás sintiendo, abrirte a la idea de que hay personas que están sintiendo justo lo mismo que tu, inhalar también sus males, y exhalar para ti y para ellos calma, certeza, tranquilidad, fe, amor, o cualquier cosa positiva que se te ocurra. ¡Es una maravilla! lo he estado practicando todo el tiempo y es increíble, me he podido llegar a sentir parte de un todo, me he sentido acompañada y he acompañado en el dolor.

He decidido seguir compartiendo mis experiencias de vida en el blog porque la vida no solamente son momentos felices, como lo fue mi viaje a la India, también la vida está hecha de momentos terribles, dolorosos, momentos de pesadilla. Los seres humanos estamos todo el tiempo en la búsqueda de momentos que nos hagan sentir bien, y huimos con toda nuestra fuerza de aquellos que nos duelen. Hoy me doy cuenta que no hay forma de huir, esos momentos llegan, parecen destrozar el corazón y probablemente lo hacen, pero no queda de otra más que vivirlos conscientemente, por que (eso espero) esa será la única forma de que la lección llegue. Esto es lo que me mantiene, la idea de pensar que esto que está pasando es para algo, que en algún momento pasará y dejará la huella de una profunda lección que me servirá para el futuro. Duele como ningún dolor había sentido antes, pero quiero empezar a ver ese dolor como algo más.

Gracias a todos los que nos acompañan todos los días con sus oraciones, mensajes, visitas, llamadas y energía. Me siento en una cuna sostenida por todos, sé que a mi papá le llega esa energía y que, aunque esté dormido, se da cuenta.

Bendiciones siempre.

Sus.


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