El pasado 13 de diciembre de 2015, los ojitos verdes de mi papá se cerraron eternamente. Me enteré por teléfono justo en el momento en el que pasó, estaba hablando con Luis mi hermano cuando salieron los doctores, después de varios minutos de intentar reanimarlo, a darle la noticia. Desde ese momento, se instaló en mi pecho una presión y un vacío que no han desaparecido ni un momento. El hombre más increíble que he conocido se fue y se fue con él un pedazote de mi corazón, de mi alma, de mi alegría y de mi vida.
Los que han perdido a un ser querido, saben a lo que me refiero, y todos ellos han sido una parte fundamental en este proceso, porque es de ellos de quienes he recibido las palabras y acciones que me han ido guiando genuinamente en esto tan duro. Gracias.
Me recuerdo a mi misma en velorios antes de esto, yo era de las que entraba a dar palabras de ánimo y a decir que “todo iba a estar bien”, que “ya estaba descansando en un lugar mejor”. Me recuerdo predicando por años en mis clases de yoga que la vida es eterna, que somos más que cuerpo, que existe una vida después de la muerte y que la magia existe. Uff… qué difícil es aplicar ahora toda esta teoría. Sonaba muy bonito y muy fácil cuando yo lo decía, y créanme que en verdad lo pensaba así, pero es que desde que mi papá se fue, no he hecho otra cosa más que extrañarlo, sentir su ausencia y darme cuenta de que no está, que en verdad ya no está ni estará.
He pasado los días hablándole, pidiéndole una señal sin recibir nada. Le he reclamado a Dios, a la vida, he cuestionado la existencia de “algo más” y me he sentido muy lejos de mi parte espiritual. Vamos, me he vuelto más “realista” estos días. La realidad es que perdí a mi papá, ya no tendré sus abrazos, sus consejos en viva voz, ya no probaré más sus recetas creativas, ni descansaré en su pecho a escuchar su corazón cuando me siento triste. Por eso pienso que no “todo va a estar bien”, alomejor estará diferente, pero bien no, porque la vida con mi papá era perfecta, así nací, con él a mi lado, y no puede estar todo bien si el no está conmigo.
“Hay que desapegarse”… ¿De una de las personas que mas amo y que mas me amaba?, qué fácil parece y qué frío suena. Yo creo que este duelo no entra en ninguna de esas frases que viven en Facebook e Instagram, ni siquiera en los libros espirituales más profundos. Desapegarse de una persona que amas, es como pedir que respires sin pulmones, es imposible. Yo creo que lo que eventualmente pasa es que aprendes a vivir con ese dolor, lo adoptas como parte de tu vida, y su ausencia pasa a ser una compañía en el día a día, pero no te “desapegas” jamás.
Paz si he sentido, tengo una foto de mi papá en mi buró, la veo diario y cuando la veo siento paz, siento su profundo amor, como cuando me escribía mensajes románticos durante el día, eso si lo he tenido y me consuela en los peores momentos. Y también me he sentido retada en mi nueva etapa de “realista”. Hasta hace unos días había decidido en mi mente que probablemente no volvería a sentir a mi papá, ni siquiera después de mi muerte, que el haberse ido era permanente y que la “magia” en la que creía no había sido otra cosa más que historias de mi papá y cuentos míos. Todo esto lo tenía claro hasta ayer.
Días después de que murió mi papá, encontré en la cajuela de su coche, un portafolio que le había visto cargar de un lado a otro cuando iba al trabajo. Es un portafolio muy padre, como vintage. No pude abrirlo, tenía candados por los dos lados con contraseña, estuve poniendo según yo sus números favoritos pero no pude abrirlo así es que decidí dejarlo en la cajuela. Ahí estuvo todos estos días que estuve usando su coche. Hasta ayer cuando volvimos a abrir la cajuela y ahí estaba el portafolio. David mi esposo lo agarró y decidió traerlo a la casa para llevarlo con alguien que pudiera desarmarlo y abrirlo. Como si nos urgiera abrirlo, seguramente tendría papeles y cosas de la chamba, nadie se interesó por él, más que nosotros, abrirlo se volvió una obsesión.
Anoche David lo agarró mientras yo hablaba con mi mamá por teléfono, en eso me dijo: “ya pude abrirlo, la contraseña es 115” (el número favorito de mi papá es el 25 – 1 + 1 =2 y 5), lo abrió y no había otra cosa más que su entrañable libro “Paz en el Alma”, mi mamá al teléfono me preguntó qué había, cuando le dije se soltó a llorar, ahí lo entendí… ese libro era para mi.
Durante toda su vida me insistió hasta el cansancio que lo leyera, ese libro era como su Biblia, yo creo que lo debió de haber leído completo más de 20 veces, lo tenía siempre en el baño y ahora que sacamos sus cosas no lo encontramos. Yo nunca lo leí, me parecía un libro muy denso y profundo, mi papá insistía y yo le daba el avión.
Desde donde él está ahora quiere que lo lea y así lo haré, quiere que siga creyendo en que la vida como la conocemos no lo es todo, que hay algo más, así es que leeré el libro y también seguiré viviendo con la magia que él me crió, estaré abierta a recibir sus señales y mensajes. Viviré con su ausencia y extrañándolo todo los días, pero aplicando cada una de las enseñanzas que me dio, replicando sus bromas, sus recetas, su amor e incondicionalidad con la gente y amaré a mis hijos como él me amó a mi, y es así como lo ayudaré a vivir eternamente.
Susana Bigler.